Objetivo general:
- Prolongar el trabajo preventivo hacia el compromiso de los padres
- Ofrecer instancias de formación y advertencia preventiva primaria
- Revalorizar su rol y su lugar educativo
- Tener criterios de intervención ante el surgimiento del problema (prevención secundaria y/o terciaria)
- Comunicación y cooperación entre padres y escuela
- Respaldo comunitario
El trabajo con los padres o referentes, es primordial en cuanto al mejor crecimiento y desempeño educativo de los niños y jóvenes, dadas las circunstancias actuales de la realidad familiar. Los cambios drásticos de los últimos años en esta comunidad primaria e iglesia doméstica, no terminan de ser procesados, pero ya introducen cambios subjetivos y vinculares en las personas tal cual como las recibimos en nuestros colegios. Por lo general nos limitamos a acompañar los procesos y demandas que exigen los grupos familiares, y nuestros institutos son un sostén paliativo a situaciones abandónicas y de desestructuración familiar.
Las adicciones están íntimamente ligadas a estos cambios.
Pero la propuesta preventiva va a proponer un camino a recorrer juntos, deslindando las responsabilidades y roles correspondientes, seguro de que la cooperación entre adultos y en forma adulta trae contención, y serenidad en el revuelto mundo juvenil.
La educación no puede ser una instancia y suerte de grupo o centro de “fortalecimiento y orientación familiar”, ni mucho menos una clínica terapéutica, ni podemos agotar las instancias del equipo orientador o psicopedagógico tratando continuas crisis.
– Proponemos ofrecer un espacio de formación, intercambio e incluso de autoayuda si los padres se comprometen. Hay muchos recursos en la sociedad y en la Iglesia que pueden prestar ese servicio con distintas orientaciones y resultados.
– Si los padres estimulan la autonomía a medida que el niño/a va creciendo, interesándose por sus decisiones y responsabilizándose por las mismas, si fomentan la comunicación directa y cordial con los hijos estarán propiciando el acceso de sus hijos a una madurez equilibrada para adoptar actitudes que favorezcan una vida saludable. Esta verdad de Perogrullo casi, está sin embargo puesta en cuestión hoy, y lo que parece más obvio no lo es. Una suerte de indiferencia afectiva y amorosa hacia los niños y adolescentes recorre los estamentos de la sociedad, y sólo podemos en cuanto al núcleo familiar, ofrecer la posibilidad de reconocerlo y pedir ayuda, que es bastante.
Especialmente importante en el tema de las adicciones es el conocimiento y reconocimiento de las actitudes co-adictivas que implican a los familiares (como también lo sugerimos para los docentes más arriba en su vínculo con los alumnos) y que tienen posibilidades de abordaje, en la medida en que es reconocida la existencia del problema o de dificultades previas.
– Los padres también merecen ser reconocidos en sus esfuerzos en una época de total desprotección de la familia y sobre exigencias sociales individualistas. Debemos ser conscientes que los educadores también viven en familia.
Su lugar y su función pueden verse valorizadas desde nuestro mensaje cristiano de fortalecimiento familiar y desde la oportunidad de vivir experiencias espirituales renovadoras que se ofrezcan en nuestras comunidades (retiros, jornadas, encuentros, etc.)
– Un clima de calidez y respeto y menos autodefensa (ya que todos vivimos en la misma sociedad y compartimos los mismos problemas) ya suele ser un buen comienzo de vínculo favorecedor de la confianza, aunque el compromiso familiar no avance de ahí.
– Una cooperación empática es favorable en las actividades de esparcimiento, solidaridad y otras que la escuela o los mismos padres o alumnos promuevan. Pero es de cuidar, en cambio, en el sentido preventivo que tratamos, la intromisión de los familiares en los procesos educativos y responsabilidades propias de la escuela. Esto favorece el des involucramiento de los alumnos y una mayor dependencia hacia los padres, un factor más de atraso en la maduración y la prolongación de la sobreadaptación.
– Frente a la manifestación de un problema de abuso de sustancias por ejemplo (prevención secundaria), además del trabajo diario ya enunciado y desarrollado, debemos estar bien informados del caso, no prejuiciar ni presuponer, ni manejarse con comentarios de lo que sucede en otros ambientes.
Sólo podemos intervenir con lo que sucede o se evidencia en el ámbito escolar mismo y sus actividades (aunque no sea un “consumo”, puede ser la violencia, o la pasividad e indiferencia del alumno u otras actitudes sintomáticas). Y debemos manifestar y evidenciar con las herramientas propias de la institución (no hacer pseudo-diagnósticos, por ej.)
– Con la misma orientación debemos intervenir en el caso evidente y continuo o instalado de una adicción (prevención terciaria). Debe tener una orientación profesional, desligando compromisos legales y no cayendo en la tentación de ser familia supletoria, lo que confunde y daña al afectado, haciéndolo sentir más abandonado todavía. El mismo efecto causa la indiferencia o des ligazón del problema. (Ver apéndice 3)
– Es importante que el abordaje de estas situaciones límites tengan un encuadre en la Institución y en su PEI, y que sean respetadas las instancias jerárquicas y procedimientos aunque tengan que ser revisados.
– La escuela puede ofrecerse como nexo de red con los recursos de la comunidad que puedan prestar orientación y ayuda, lo que da a los padres y familias una confianza y acompañamiento mayor.
Anexos:
Apunte 4: Qué podemos hacer en la escuela respecto a la familia
Apunte 5: Para la reflexión grupal con padres