III La escucha y respuesta a la llamada

Convocados como discípulos a ser misioneros, escuchamos el llamado del Señor en la voz de nuestros pastores. El llamado resuena sin embargo en un contexto complejo: cumplir con nuestro ideario por un lado; responder a un sistema educativo cambiante y confuso, y contestar a tantas demandas de padres e hijos que sobrevaloran las posibilidades de la escuela por otro, tanto como que la usan para su descarga y protesta social en muchos casos.

¿No será entonces pretencioso, pedir a la escuela una tarea más?


El llamado nos pide niveles distintos de escucha.

– El primero, es que somos convocados como escuela y no para una tarea extra; hay confianza en que la escuela es preventiva de por sí, es paso y transmisión de vida.

– El segundo nivel es la escucha de nuestros niños y jóvenes, en quienes nuestros obispos ven un creciente “vacío existencial”.

– El tercer nivel es el de la escucha a nosotros mismos, a lo que resuena en nuestro corazón de cristianos el enfrentar este desafío, sin eludir que también resuenan los ecos del mundo en que vivimos: su consumismo, su relativismo, su huida de los compromisos y apegos, nuestros propios vacíos quizás.

Frente a ellos podemos hacer los siguientes interrogantes como reflexión espiritual:

– ¿No es el momento de revalorizar y fortalecer nuestra identidad de colegios católicos, desafiados por el “vacío existencial” como antítesis de nuestro compromiso y misión?

– ¿Qué nos moviliza ver a nuestros niños y jóvenes buscando la evasión, el descontrol y la autodestrucción, cuando se supone han conocido a través nuestro, a Cristo?

– ¿Qué vida espiritual tenemos y transmitimos?

Creemos que el llamado a trabajar en una pastoral de las adicciones, es paradójicamente, la oportunidad de replantear nuestra tarea educativa en su esencia propia y para todos sus actores, porque las adicciones son una sutura de silencio (a-dictum, imposibilidad de hablar) y muerte, allí donde debimos incitar la creatividad y la confianza de vivir.

Esto tienen que ver con el espíritu, que es el ámbito desde el cual proponemos se dirija la vida para quien quiere ser un ser digno y libre, por ser hijo de Dios.

La escuela, y en especial la católica, no está para informar, brindar conocimientos y dar logros de rendimiento intelectual solamente, sino para ayudar a formarse a la persona, introducir a la vida de adultos con un horizonte esperanzado y vital. Debería ser nuestra tarea también favorecer  un proyecto de vida personal que no de lugar a ese “vacío existencial”.

En todo caso, nos preguntamos como educadores: ¿Porqué tantas carreras adictivas comienzan con fracasos escolares, o sensación de stress e insuficiencia frente a la tarea escolar?

¿Tantas horas pasan los chicos con estos adultos que somos nosotros y no tenemos nada que ver con esta problemática?

¿Qué pasa con los procesos cognitivos ciertamente, y simbolizadores? ¿Hasta qué punto se fomentó una apertura a la plasticidad artística y el goce estético? ¿Qué conocimiento de sí, del propio mundo emocional y de sentimientos y sensaciones hubo?

¿Qué conciencia de límites, autoridad y vínculos a través de la convivencia escolar, el juego, el desempeño sacrificado? ¿Qué valoración y evaluación de lo aprendido y de las propias capacidades? ¿Qué tolerancia y tramitación de la frustración y los tiempos procesales?

¿Qué lugar de cuestionamiento y conexión interior y social tiene la enseñanza religiosa? ¿Qué apertura a la amplitud de horizontes, a la confianza sobrenatural, a la experiencia de lo sagrado y salvífico?

¿Cómo impregna el Evangelio la vida escolar?

Una larga lista de interrogantes seguiría suscitándonos el grito silencioso de la ansiedad adictiva en que caen nuestros jóvenes.

Al silencio queremos llevar la esperanza, conscientes de que lo arduo a emprender llevará tiempo, compromiso y participación de todos como comunidad , pero no pide perfeccionismos ilusorios, sino constancia en la tarea, firmeza en nuestros lugares de adultos y maestros, pasión en el transmitir y acompañar.

Es nuestra manera de vivir el amor de Cristo desde el aula, es la forma posible pero irrenunciable.

Para vencer este mal es necesario corregir las causas que llevan a las personas a consumir drogas, debemos “educar para la vida”, creando “modelos de vida alternativos y espacios saludables” basados en valores  trascendentes y poniendo un fuerte acento en la prevención.

Para eso debemos  basar la estrategia en promover en la persona los valores, el bien común, la dignidad humana, la solidaridad y el desarrollo de habilidades que les permitan descubrir el valor de la vida, el sentido de la vida, el sentido del respeto a sí mismo y a los demás, el sentido de la libertad y de la responsabilidad. Una vida con sentido, en la que el esfuerzo, el sacrificio y aún el dolor, tengan una justificación plena, como parte de un camino de crecimiento con verdadero sentido de trascendencia. Una vida en la que la responsabilidad, la honestidad, los procederes éticos, la solidaridad, el bien común, sean valorados y constituyan la guía de nuestras acciones y comportamientos.

Bibliografía:

-Card. Jorge Mario Bergoglio sj, “Educar: Exigencia y pasión”, Ed. Claretiana, BsAs, 2003

-Hugo Salaberry; Angel Rossi; Diego Fares, “Educar es difícil, posible y bello”, Ed Bonum, BSAs., 2002

Anexos:

Apunte 2: ¿Qué chicos y qué familias recibimos? Aspectos psicosociales actuales

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